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Hablemos de vejez(ces)

Foto: Daniel Pessah

por Cristina Schwab (*)| INESI -nota de opinión para el programa radial Voces Poderosas | Radio UNER-

Al comenzar a investigar sobre este tema, intentamos encararlo desde una clave de lectura particular: pensamos en vejez y feminismo; o también vejez y disidencias, convencides de que como primer paso, siempre hay que tratar de escuchar qué dijeron y pensaron otres. Una primera hipótesis acerca de la escasez de material sobre el tema es que -quizás- ésta se deba a que algo que espanta bastante a este mundo patriarcal cis heteronormado es el deseo sexual expresado libremente, y más aún, el sexo no reproductivo: el sexo de las disidencias sexuales y también el de les viejes. En particular, en el caso de las viejas, la menopausia -como también la menarca, la primer menstruación- está llena de mitos, vergüenzas, silencios y tabúes. Como señala la Dra. Sandra Huenchuan, en una producción que se hizo en la Universidad de la Republica sobre Envejecimiento, género y políticas públicas, en Uruguay, “lo cierto es que las mujeres mayores constituyen el mayor grupo demográfico que aún no se ha erigido como una categoría teórica de relevancia para las ciencias sociales en general. Esta desconexión entre género y envejecimiento entorpece la interpretación de los efectos sociales de este proceso en las funciones, relaciones e identidad de mujeres y hombres en la vejez “.

Fue el médico francés C. P. L. de Gardanne quien acuñó el término menopausia en1816, definiéndola como “la edad crítica” y “el infierno de las mujeres”, cuenta la psicóloga e investigadora Anna Freixas en su libro Nuestra menopausia, una versión no oficial. La primera psicoanalista que teorizó sobre la menopausia en 1945, Helene Deustch, la describía así: como una pérdida simbólica ligada a la interrupción de la función reproductiva. “Las mujeres que se muestran felices en la menopausia son anormales, no femeninas y vergonzantes”, sentenciaba.

En este nuevo siglo, la industria cultural empezó a dar pequeños pasos en términos de visibilidad: en ese aleph que es Netflix podemos encontrar una serie que se llama como sus dos protagonistas: Grace and Frankie. Ambas interpretan a dos mujeres maduras que descubren que sus respectivos esposos son amantes y por ello se ven obligadas a vivir juntas en la casa de la playa que ambas parejas compraron años atrás. Son dos mujeres de más de 70, encarnadas por Jane Fonda, -ícono de la lucha contra la guerra de Vietnam en los ’70 y de los aérobicos en los ’80: una vida tan intensa como contradictoria- y de Lily Tomlin, torta, activista, comediante y referente: la actriz nunca ocultó que era lesbiana y lleva casi 50 años con la misma pareja.

Un gran acierto de la serie es poner en foco en el deseo (vital y sexual) de mujeres (y varones no heterosexuales) que la sociedad ve inútiles o “improductivas”. Y más importante aún, acentuar el valor de esa amistad compañera que van construyendo, a contramano de lo esperado. Digamos también que, en esa línea, para nuestras abuelas y en menor medida quizá para nuestras madres, el deseo es uno incómodo y negado. A la vez, sus ex -que se terminan casando- son tan “adultos mayores” como ellas. Y los cuatro forman un raro equipo que en cada capítulo cuestiona la idea de que la vejez es el acabose.

Recuperamos y recomendamos esta historia de ficción por su excepcionalidad: ¿cuántas historias de amor o de sexo de personas mayores, vistas en forma positiva y no vinculadas con la enfermedad y el deterioro podemos recordar?

Dice Anna Freixas, una investigadora y psicóloga feminista, que hablar de sexualidad y madurez es un tabú en nuestra cultura: “si además añades la palabra femenina, más aún, porque el tabú de la sexualidad incluye que, con la edad, el deseo sexual desaparece (…) para los hombres ha habido un código y un espacio más alto por el que se les permitía tener una sexualidad más longeva. Y si se pasaban un poco de la raya, eran incluso los viejos verdes. Pero en el caso de la mujer, si unes los términos sexualidad, madurez y femenina, se convierte en un imposible“. Aquí entra también el tema de la menopausia y en cómo, culturalmente, se ha considerado el fin de todo, ligando conceptos como deseo y capacidad reproductiva. Y sólo estamos hablando de que termina la posibilidad de tener hijos -un hecho que para las mujeres, en cierta forma, es una enorme alivio-. Por otro lado, culturalmente la menopausia ha estado asociada a un interés de los hombres -en otro tiempo muy acentuado, aunque ahora también- a tener relaciones con mujeres jóvenes.

Una gran amiga y comunicadora social que trabaja es espacios universitarios de mediana y tercera edad, Lorena Cabrol, nos introdujo hace poco al concepto de los microviejismos. Como los micromachismos, son estereotipos, frases y acciones que ubican a la edad como factor de torpeza, decadencia, inutilidad o falta de memoria y que tienen especial fuerza a la hora de hablar de nosotras. Mientras a Mick Jagger le festejan que siga en los escenarios, a Madonna le cuestionan si todavía está “en estado”. Decimos que “es la edad” si algo nos duele o sentimos que “ya no” podemos hacer algo. Si las canas en los varones es señal de sabiduría, para las mujeres es sinónimo de “dejadez”. Aqui, la presión por sostener la juventud como valor, y sobre todo, como valor de cambio en el “mercado de los afectos“ es feroz, lo que -de nuevo- la serie que recomendamos muestra muy bien.

Porque si no lo vemos (ni nombramos) no existe, y hoy, que sabemos por la economia feminista que la independencia económica es clave para vivir vidas vivibles -sobre todo para aquellas que realizaron siempre trabajo reproductivo ni pago ni reconocido-, hay que decir que, también llegar a viejes de forma digna y segura y feliz también es un privilegio: decía, hace poco, la mamá de una niña trans: “mi sueño es que llegue a vieja”. Les trava/trans que pasan los cuarenta son, en este país, una rareza estadística. La lucha por el respeto a las vidas diversas (todas aquellas que nos salimos de la heternormalidad) es diaria, lo mismo que por la visibilización de ellas y ellos también. La gran Ileana Manucci, en una nota de Periódicas, recupera a la pareja de tortas mayores que nos mostraron cómo es ser torta, vieja, amante y militante: Norma y Chichita. Dice Norma, “Ojalá llegue el día en que podamos ir a cualquier centro de jubilados y no sentirnos como si fuéramos raras. El centro Puerta Abierta es una forma de visibilizar nuestro orgullo por la elección de vida que nos hace felices, donde podemos compartir nuestras experiencias y sentir que no somos las únicas a las que les pasa. Somos como una familia”.

Porque necesitamos (re)construir los lazos de cuidado más allá de las jerarquías de lo establecido, y expandir las nociones de familia, habilitar el autocuidado y la autonomía, extenderlas a los vínculos de amistad y habilitar los intercambios intergeneracionales, tenemos que aprender a ver y escuchar que el deseo no tiene edad, y que las cuerpas están para ser vividas y disfrutadas. Lo que queremos es que el deseo nos mueva todos los días de nuestras vidas.

(*) Cristina Schwab es Lic. en Comunicación Social (UNER) y parte del equipo de INESI.

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