El vínculo pedagógico en época de aislamiento.
Por Trinidad Balbuena* | INESI
El distanciamiento social, preventivo y obligatorio que debemos cumplir por el COVID-19, iniciado en el mes de marzo en nuestro país, nos ha provocado, sin dudas, vivenciar múltiples sensaciones: incertidumbre, angustia, impotencia, estrés, paciencia, preocupación, entre otras. Por supuesto el campo de la educación no es la excepción: les que trabajamos allí nos sentimos movilizades, sensibilizades y comprometides a buscar soluciones frente a la situación.
A quienes ejercemos la docencia, la cuarentena nos enfrentó a varios desafíos porque nos hallamos de la noche a la mañana dando clases virtuales y buscando múltiples formas para poder conectarnos con nuestros estudiantes. Sin el contacto directo, se nos hace muy difícil personalizar nuestra llegada como nos gustaría hacerlo con cada une.
De un día para el otro les docentes nos encontramos haciendo malabares, no solo para transmitir los contenidos que debíamos dar en la escuela, sino también trabajando para lograr un intercambio lo más fluido posible con les integrantes de los cursos que tenemos a cargo en cada una de las instituciones escolares donde hacemos nuestro trabajo.
En un principio se intentó avanzar como si nada pasara, pero, con el transcurrir de los días, nos dimos cuenta de que nada era igual, la situación se ha vuelto angustiante, ya sea porque a les estudiantes les cuesta conectarse, no solo digitalmente, sino comprometerse en la realización de las tareas o, en muchos casos, porque se sienten agobiades con tantas actividades o bien porque las consignas se les hacen difíciles de comprender. Por otro lado, al igual que les estudiantes, les docentes recibimos las resoluciones de las actividades por diversos canales a cualquier hora del día o perdemos el contacto con muches de elles.
Sabemos y comprendemos que la realidad no es la misma para todes. La desigualdad socioeconómica es notoria cuando hablamos de educación. No todes tienen acceso a la conectividad o no cuentan con equipos para hacer las tareas. Se suma a ello la desmotivación, la tristeza, el desgano para realizar las actividades en soledad por parte de les estudiantes, más la presión y el agobio que padecemos les docentes ante las exigencias del nuevo panorama educativo que nos deja naufragando en un mar de preguntas.
Cabe recordar que uno de los ejes establecidos por resolución del Consejo Federal de Educación para garantizar el cumplimiento de la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (2006) en las instituciones educativas es precisamente valorar la afectividad. Es decir que se busca valorar el lugar que ocupan las emociones y sentimientos en el aprendizaje y contribuir al desarrollo de capacidades afectivas como la empatía, la solidaridad y el respeto. En este sentido, nos preguntamos: ¿Qué sucede con la construcción del vínculo afectivo en época de aislamiento? ¿Cómo trasladamos nuestros encuentros presenciales a la virtualidad? ¿Es posible construir conocimiento sin un vínculo presencial y sin la grupalidad? ¿Cómo motorizamos los intercambios con les estudiantes?
La educación es un hecho vincular. Les docentes procuramos transmitir y construir instancias de aprendizajes con cada une de les estudiantes y para ello, necesitamos crear lazos, establecer un vínculo. Sabemos que las clases por plataformas virtuales no reemplazan la presencia en el aula, ese encuentro cara a cara que se genera con les estudiantes, que nos permite crear el nexo personal para guiarles, para comprenderles o para construir conocimiento, hoy no está presente.
Una vez más, les docentes debemos recurrir a la creatividad, pensar nuevos modos de conectarnos y establecer una nueva manera de crear espacios de aprendizajes.
No caben dudas de que la educación virtual no será como la presencial. Pero debemos seguir adelante–tanto docentes como estudiantes-, adaptarnos y reflexionar, frente a este nuevo escenario educativo, sobre nuevas estrategias metodológicas, crear otros modos de aprender. Por eso, nos parece interesante y vital, conocer la opinión de otres profesionales, para poder seguir pensando estos nuevos modos de aprender y conectarnos. Hablamos con Nenucha Sain, comprometida con su rol de facilitadora de Biodanza[1]de Paraná, quien nos dice:
“Sabemos que el aprendizaje ocurre todo el tiempo, se da por las relaciones con les otres y con el medio y está enraizado en nuestras posibilidades de convivencia y coordinación, de manera que podemos afirmar que no existe aprendizaje sin afectividad, lo cual implica, por parte de las y los docentes, una actitud amorosa y de cuidado por la vida. Entendemos la dificultad de establecer el vínculo afectivo a través de la virtualidad ya que está ausente la dimensión corporal y porque la interacción con les docentes y de les estudiantes entre sí es también a través de dispositivos virtuales. Sin embargo, esa interacción existe y quizás una tarea importante de les educadores –responsables frente a la sociedad en el momento que nos toca vivir– sea la de estimular contenidos creativos para que esa comunicación sea más significativa. Para eso, debería ponerse más énfasis en la mirada de les niñes. No les estamos preguntando. Veo niñes con miedo, escuchando un bombardeo de noticias que no siempre pueden entender. Y en ese contexto se pretende que asimilen los mismos contenidos de programas educativos que se van disociando cada vez más de la realidad del mundo de hoy. Tal vez este momento sea la gran bisagra para proponer un cambio drástico porque si esto sigue vamos hacer agua.”
Sin duda, que la escuela no será la misma después de la pandemia. Probablemente saldremos más fortalecides, creatives y convencides de que la presencialidad es irreemplazable y necesaria si aspiramos a la formación integral de les estudiantes.
(Agradecemos la colaboración amorosa de Nenucha Sain en el texto publicado)
*Trinidad Balbuena es comunicadora, docente de ESI, capacitadora de arte escénico e integrante del equipo de INESI.
[1]Biodanza fue creada por el antropólogo, psicólogo y poeta chileno, Rolando Toro en la década de 1960. La base del sistema (que podríamos llamar una metodología) es la búsqueda de integración en el sentido de modificar la fragmentación que la cultura occidental nos viene proponiendo: mente-cuerpo, razón-emoción, espíritu-materia, sujeto-objeto, hombre-naturaleza. A través de la danza (tomada en su sentido original de movimiento pleno de sentido), la música y el encuentro en grupo, que estimulan vivencias integradoras, damos presencia a nuestra corporeidad, esa geografía donde ocurre lo humano en todas sus dimensiones, con la afectividad como condición estructurante. Ese potencial de afectividad es el que nos permite dar cuidado y nutrición, necesidades básicas para la supervivencia.