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Apuntes urgentes para un tiempo de revolución

Por Cristina Schwab | Inesi

Las noticias no paran de doler: los femicidios arrasan con nuestras esperanzas y reclamos de “aparición con vida”. Como con Micaela García, volvemos a salir a la calle a preguntar dónde están nuestras hermanas, hijas, amigas, mujeres a las que no conocemos pero que son también, un poco nosotres.

El #8M, que por la coincidencia en domingo se desdobla en acciones para el #9M, es un evento de articulación internacional, donde la consigna retoma la visibilización de la enorme desigualdad en la que vivimos las mujeres, lesbianas, travestis y trans en todo el mundo. Como dice la filósofa Diana Maffía en su definición de feminismo, “(…) Consideraré feminista a la persona (no necesariamente mujer, y por cierto no toda mujer) que acepta tres enunciados, uno descriptivo, uno valorativo y uno práctico. El enunciado descriptivo es que en casi todas las sociedades, y en aspectos que hacen a la dignidad humana, las mujeres están peor que los varones. El enunciado prescriptivo, es una afirmación valorativa: es que esto no debiera ser así. Una afirmación prescriptiva no nos dice lo que ES sino lo que DEBE ser, no lo describe sino que lo valora. Podría resumirse en la idea ‘no es justo que esto sea así’. O podría decir: ‘no es justo que esto sea así qué barbaridad!, ¡qué mal que están las mujeres!’. Nadie diría que una persona que contempla pasivamente lo mal que están las mujeres, por eso solo es feminista. El enunciado práctico (vinculado a la praxis) es que tengo la obligación moral de comprometer mi acción para evitar que esto siga así y colaborar para que cambie. Un enunciado de compromiso: ‘estoy dispuesta o dispuesto a hacer lo que esté a mi alcance para impedir y evitar que esto sea así’.  Donde lo que está a mi alcance tiene variantes: militar con una pancarta, promover otras relaciones entre amigos y amigas, en las escuelas, en el ámbito más privado, etc”.

El #8M, que reinvindica la memoria de las asesinadas por reclamar mejores condiciones laborales para las mujeres y los niños, tiene la marca de la articulación entre compañeras de organizaciones sindicales, partidarias, estudiantiles, de activismos feministas y autoconvocados, que confluyen en una misma acción coordinada, en todo el mundo. Son las discusiones, debates, planteos y sobre todo, la puesta en el cuerpo en la calle y las manos y la cabeza en el trabajo de organización lo que nos mostró  cada año el caudal de nuestras propias fuerzas y capacidades: juntas, somos poderosas. Se crearon intervenciones artísticas contundentes, hermosas, movilizantes. Se generaron estrategias de logística y seguridad, se tuvieron reuniones con sindicatos, vecinales, funcionaries del Estado.

Lo que no se nombra no existe: por eso, al calor de los lazos de afecto y de potencia que se generan, la sororidad aparece como concepto articulador: si nos educan para la competencia, respondemos con el esfuerzo de empatía de unas para con otras, con otres, aún (y sobre todo) en el disenso, aún en las diferencias, porque no sólo es necesario: además, es vital. Se nos va, literalmente, la vida en ello.

Somos las nietas y nietes de todas las brujas que nunca pudieron quemar. No somos el humo: somos el fuego, que arde intenso en las manos y los pies de cientos de adolescentes y niñas que vienen en grupo, reclamando la plena implementación de la ESI. Ahora que sí nos ven, el patriarcado y el capital van a caer, el presente es nuestro. Y el futuro también.

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