Skip to main content

Apuntes sobre Lectura e identidad

Por Laura Ríos* | INESI


Leer es un derecho. Cada vez que leo para mí o le leo a mi hija sostengo esa idea. Cada vez que les jóvenes con quienes trabajo me hablaron acerca de un libro o me pidieron otro, vuelvo a afirmar esa creencia personal. En ese momento, recorro un camino mental que me pregunta acerca de cómo se llega a leer, o cuándo es el momento en que una se convierte en lectora. ¿Se es para siempre una persona lectora? Me detengo en el momento de la niñez, indefectiblemente. En este presente en el que fluyen los encuentros virtuales, la educación mediada por la distancia (en el mejor de los casos) y un sinnúmero de actividades que ponen a las pantallas como protagonistas principales, comparto algunas inquietudes acerca de la relación entre el universo de la lectura y las infancias, y ese proceso (continuo y vital) de construcción de la identidad.
Durante la historia (la individual, y la que escribimos con mayúscula) se reproducen miradas que se instalan hasta establecer como naturales ciertos estereotipos y prejuicios acerca del mundo que nos rodea. De alguna forma, todas ellas refuerzan  desigualdades de género. ¿Cómo poder transformar esas miradas prejuiciosas sobre el mundo y apostar para que las nuevas generaciones convivan con las diferencias y luchen contras las desigualdades? ¿Qué aporta la lectura en este camino?

La identidad es un relato que hacemos a diario sobre cada una de nosotras. En estos días, intercambio charlas con dos o tres mujeres: les pregunto qué leen, por qué sienten la necesidad de leerle a las personas pequeñas que las rodean. Una de ellas, que es educadora, especialista en Literatura Infantil y Juvenil, madre de dos mujeres, me habla acerca de un vínculo de generosidad entre las infancias y las personas adultas, mediado por los libros. Estos últimos permiten un encuentro entre, al menos, dos personas. Esa relación que se produce en el momento de la niñez ubica a la lectura como una puerta a la libertad, como un acto que puede facilitar un espacio de inclusión y equidad. La lectura nos propone preguntas acerca de quiénes somos, sobre el mundo que habitamos y los lazos que tejemos. Habitar esas preguntas, construir esas respuestas, debiera ser un ejercicio diario.
Me dice ella que acercar la lectura a las infancias es “crear puentes, es ofrecerles la cultura heredada, las claves para ensanchar su horizontes, mostrarles en esa cultura todo lo que los antecedió y abrirles el mundo a experiencias de otros. Es establecer un lazo entre ese adulto dador y esas infancias. Es un acto de generosidad. Pero, a su vez, es un acto casi instintivo de conservación de la especie. Darnos sentido como especie. Ofrecer el acervo cultural que les permita comprender al mundo y también intervenir en él y modificarlo”. Cuánto debemos transformar de este mundo que aún califica de “anormal” a lo que se sale de los parámetros establecidos, cuántas lecturas que nos permitan que todas las personas tengamos nuestro lugar, haciendo de nuestra diversidad una bandera.

Apuro estos pensamientos en el medio del lugar común de esta cuarentena que me obliga a alternar entre lo poco que puedo producir sobre mi trabajo desde mi casa, mis pensamientos sobre tener enfermedades respiratorias en tiempos de coronavirus, la niñez encerrada en estas paredes (y que aún así, es techo y es comida), las mujeres asesinadas cada día, el futuro que está ahí y nos alcanza. Hoy es el día del libro y busco las palabras de Graciela Montes cuando en “Scherezada o la construcción de la libertad” recuerda el lazo con su abuela, que considera inaugural, a partir de una lectura compartida. Su abuela, una persona que sufría en cuerpo y alma, era libre y justiciera en el momento en el que le ofrecía a la niña una posibilidad de mirar el mundo a través de un relato. Dice: “Formábamos parte de una cofradía, éramos habitantes de un mismo territorio al que podíamos entrar y del que podíamos salir tantas veces como quisiésemos. Podíamos aludir a él en determinadas circunstancias, hacer bromas secretas al respecto, y con una mirada nomas ya sabíamos lo que sentía cada una de nosotras en cada recodo del cuento”.

Las lecturas dejan huellas en nosotras, testimonio del mundo que habitamos; nos vuelven visible una parte de nuestra identidad que había estado a oscuras hasta ese momento y que no queremos volver a repetir, ni en nuestras vidas ni en la de las generaciones que vienen. Nuestra identidad es el relato que hacemos de cada una de nosotras. Y es que de eso se trata leer, pienso ahora. 


*Laura Ríos trabaja en el ámbito de la salud pública en actividades destinadas a jóvenes, vinculadas al mundo de la lectura y la escritura y forma parte del Equipo Inesi.

Deja un comentario